MI VOZ ESCRITA, Por Jorge Herrera
La destitución de Dilma Rousseff de la presidencia de Brasil, único país de Latinoamérica que logró su independencia del imperio portugués sin disparar un tiro en la llamada “Guerra de las Rosas” en el año 1822, como casi todo en política tiene varias lecturas.
Una de ellas, y sin quizás la más importante, es la que acaba de hacerse evidente en la nación más extensa del continente.
La sed de Poder, el hambre incontenible de dinero y la avaricia llevaron a Luiz Inacio da Silva y a su aventajada pupila, Dilma, a pactar nada menos que con el diablo del conservadurismo brasileiro y propulsor del neo-liberalismo económico
Sin embargo, eso hubiese sido “paja pa´la garza”, un paño con pasta, parodiando el argot de los lustradores de calzados.
Lo grave de la connivencia entre los petistas Lula y Dilma reside en que amparados en el ejercicio del Poder quisieron “condonizar” a un Michel Temer que hace tiempo procuraba la Presidencia; y que se ocupó de crear la estructura para lograrlo.
Los aprestos para lograr el Poder nunca han sido juegos de niños. Desde siempre han sido cosa seria. Prohijar una lucha encarnizada con ribetes de elegancia que en ocasiones se confunden con la buena fe es sólo una parte de la estrategia.
¿A quién se le puede ocurrir siquiera pensar en buena fe cuando de lo que se trata es de poder disponer de los bienes del Estado sin control y hasta del patrimonio y la vida de los demás?
La moraleja del refrán “cuando veas la barba de tu vecino arder, pon la tuya en remojo”, nunca antes como ahora había tenido tanta actualidad. Esto lo digo a propósito de un artículo que publicara el ex-presidente, doctor Leonel Fernández, en defensa de Dilma Rousseff, y en el que califica su destitución como una canallada.